Estaba dejado caer sobre el taburete en la barra de un café-bar refugiándome de la lluvia, un antro en una de las calles más destartaladas de la ciudad. Las enormes ventanas del escaparate mostraban la calle… los paraguas, el ajetreo humano bajo la lluvia. Observaba y analizaba plácidamente el fino vaho que salía de la boca de todos aquellos ajetreados personajes que vaciaban los pulmones alimentando sus narices de su propio aliento vaporoso.
La puerta se abrió y una sombra asomó tras ella, era un hombre con aspecto de vagabundo cuidado. Traspasó el umbral espolsando las gotas de lluvia de su sombrero, mientras hacía un recorrido visual por el local. Pronto reparó en que le miraba y se giró hacia donde me encontraba, ahora parecía sonreir bajo una maltrecha barba.
Me lo temía, el mirarlo fue un error…Ahora vendrá a pedirme dinero o contarme sus desazones etílicos, pensé inmediatamente. Busque con rapidez al camarero para pagar y salir corriendo, pero no lo veía por ningún lado y así cuando quise darme cuenta tenía al barbudo delante de mis narices.
– Hola, menuda lluvia, estoy empapado.
Con un ligero silbido, llamó al camarero que ahora parecía estar en todos lados.
-Un café con unas gotas de whisky haz el favor, pon a mi amigo lo que quiera, soltó con el desparpajo de quien dice esto todos los días.
-A nada.. yo ya me marchaba muchas gracias.. ¡¡la cuenta por favor!! le indiqué al camarero, pero otra vez este había desaparecido dejándome con una mirada de bobo.
-No tenga prisa, fuera hace un día de perros.. yo vengo de tener una revelación tres esquinas más abajo, nunca había visto nada igual, un hermoso cintroen dos caballos amarillo bajo una farola salpicada de lluvia.. no pude aguantarme.
Bajo la cremallera de su arrugada chaqueta y me mostró una cámara de fotos con restos de lluvia, mientras me miraba con media sonrisa.
-Me agazapé, me dejé atrapar por el silencio y mientras las gotas resbalaban por mi nariz, saqué una serie increíble… o Dios.. ese coche estaba allí esperándome, no hay momento mejor para retratarlo, llevo una joya aquí guardada, repetía mientras daba ligeros golpecitos a la cámara.
-¿En serio? ¿Un dos caballos? Hace años que no veo ninguno, seguro que no ha pasado la ITV. Solté el comentario en tono simpático burlón, intentando sacar a aquel loco de su trance visionario.
El me miro por encima de sus todavía empapadas gafas.. se tomó un segundo, me miró serio y continuó:
-Aquí guardo una joya, ese coche hoy tuvo su día grande.
Antes de que se pudiera dar cuenta le extendí un billete al camarero y le dije que se quedara con el cambio.
-Bueno amigo, si nos cruzamos algún día enséñeme esa fotografía con más tiempo, seguro que será interesante.
Le dije esto mientras hacía un gesto de despedida y el con un quiebro rápido como un rayo, levantó la cámara ante mis ojos y apretó un botón… en la cámara se abrió un compartimiento, que mostraba un fantasmagórico hueco allí donde debía estar la tarjeta de memoria.
-Aquí dentro tengo una joya, volvió a susurrar mientras volvía la mirada a la barra y su carajillo… me hizo un gesto de despedida sin mirarme a la cara… -que tengas un buen día, sentenció.
Mientras salía a la calle me repetía un mensaje pesimista: Eres un imán para los “raros”, siempre termino metido en un lío de estos, aguantando a gente rara. Deben de ver en mi a un igual.
Tiré calle abajo, la lluvia estaba en pleno apogeo y la calles se mostraban desiertas por momentos. Caminar bajo la lluvia y sin paraguas es un placer reservado para vagabundos, la falsa comodidad que da a los pudientes el sentir que puede salvar cualquier situación incomoda de manera sencilla, les hacen perder la capacidad del placer de la incomodidad.